Wednesday, November 28, 2012

Amador: roto el silencio

Hoy quisiera recodar aquí un juego que propuso un día hace ya unos años Gary Rivera en su blog. Escribió un pequeño relato, que precisaba continuación. Y Thiago, tuvo a bien "picarme" para que lo continuara. Y bueno... pues algo escribí.
Empezamos por el principio: el relato de Gary Rivera. Lo podéis leer aquí, o en su blog, con los comentarios y algunas de las continuaciones:
Decía así:
Nadie supo hasta el día de hoy el porque de su silencio, fue un caso extraño que finalmente se aclaro.
Los novicios son siempre así bulliciosos, bromistas y alegres. Son la sangre que renueva el cansado cuerpo de la iglesia. Pero sus alas deben ser cortadas cuanto antes. Porque nadie puede volar más allá de lo permitido, en ese triangulo establecido con el papa en la punta y los novicios en la base.
Pero Amador, que así se llama, así que no se burlen, quedo mudo a la mañana siguiente que puso un pie en el claustro. El encargado de la misa contaba a sus novicios y descubrió que faltaba uno. Todos los años era igual siempre se ausentaban un par de dormilones, pero el celador y su varilla de cedro sabia muy bien como solucionar aquello. Al abrir la puerta lo vio tendido boca arriba con los ojos abiertos y las manos sobre su sexo, al ver aquel hombre joven vio que tenía una mueca de terror en su rostro. Lo sacudió para hacerlo reaccionar mientras le preguntaba ¿Qué te pasa muchacho? Pero solo el silencio fue la respuesta. El celador noto la fiebre al entrar en contacto con su cuerpo, Amador parecía haber dormido sobre brasas de carbón.
Como suele ocurrir con los secretos de la iglesia, el incidente era vox populi en el seminario. Amador había quedado mudo. Sus fiebres disminuyeron al quinto día, su cuerpo maltrecho se recupero lentamente en las siguientes semanas. Su capacidad no había disminuido en lo absoluto, era siempre diligente y servicial era un ejemplo para todos, una sonrisa sincera y un caminada que parecía un trote era su sello característico.
 En la iglesia como en el ejército se suben de rango de acuerdo a ciertas proezas. Así que si Amador estuviera en el ejército tampoco podría ascender porque no hablaba, así pues la vida de Amador se parecía mas a la de Jesús que a la de su representante en la Tierra que ceñido en joyas y finas telas se iba muriendo poco a poco.
Cuando Amador finalmente se ordeno fue enviado a Roma y entre el mar púrpura que vio deslizarse delante de el vio un rostro conocido, se oculto en la multitud como lo hace un pez en su cardumen para evitar el ataque de un depredador.
La ceremonia fue sui generis pues pocas veces se había ordenado un cura mudo, al preguntársele solo asintió y así pues había sido aceptado como miembro del ejercito de cristo, un año después el papa murió dormido y fue reemplazado por otro tan anciano que parecía que no duraría mucho.
Amador aprendió el lenguaje de señas con una rapidez que asombro a todos, sabia escribir y escuchaba muy bien así que comunicarse no fue en realidad un problema para el. Su vida la dedico al servicio, a ayudar al humilde y necesitado y así se fueron extinguiendo sus años jóvenes y aquel papa que parecía que no viviría mucho se extendió por 12 largos años y luego de dos semanas de su muerte el humo blanco anuncio la llegada de un nuevo pastor!
La noticia recorrió el mundo en breves minutos, Amador almorzaba con los huérfanos a su cuidado y fue cuando luego de muchos años decidió romper su silencio y me llamo para contarme el secreto de los secretos.



Y ahora, mi final:
- Ave María Purísima.
- Sin pecado concebida – contestó Amador.
- Solicitaste que te escuchara en confesión, hijo, y aquí estoy.
El silencio se apropió del confesionario. Amador, después de “recuperar” el habla, había solicitado ser escuchado en confesión. No valía cualquiera. Debía ser el cardenal Pedro Jiménez. El tiempo apremiaba, porque el cónclave estaba a punto de comenzar. El caso era tan notorio, un sacerdote que tras 20 años de silencio volvía a hablar, que el cardenal no se pudo negar, más porque le habían transmitido la petición delante de sus colegas, y hubiera quedado como un hombre insensible. Y eso, en este momento no le convenía, cuando era uno de los aspirantes a ser el nuevo Papa.
Todos hablaban ilusionados poco menos que de un milagro: “Amador, el cura al que Dios le devuelve el habla”.
- Dime hijo, te escucho.
Pero Amador seguía callado.
El cardenal se estaba poniendo nervioso. Tenía las manos entrelazadas en el regazo, y no dejaba de juguetear con los dedos.
- Ha sido milagroso que hayas recuperado el habla, hijo – dijo conciliador, al cabo de unos minutos.
Amador siguió sin abrir la boca. Solo miraba hacía la rejilla que les separaba. Ningún gesto. Solo silencio. Si acaso el roce de los hábitos del cardenal, que no podía evitar moverse continuamente. La situación no le gustaba.
- Hijo – se decidió de nuevo a romper el silencio – debo apremiarte. El cónclave se abre en unas horas y debo prepararme.
Silencio.
- Ego te absolvo à pecatis tuis, in nomine Patris, et F...
- No le he dicho mis pecados, su eminencia.
- Hijo, el tiempo apremia. Podría escucharte en confesión otro sacerdote.
- No, debe ser usted.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal del cardenal. No sabía por qué... algo no iba bien.
- Eminencia, sabe... estos días he pensado mucho en la Virgen María. Ha sido mi única madre durante gran parte de mi vida.
- La Virgen es la madre de todos, hijo.
- No, no lo entiende. Mi madre murió cuando yo tenía 15 años.
De nuevo el silencio se apropió del confesionario. A lo lejos se escuchó a una campana dando la media.
- Se llamaba, Rosalía – siguió Amador; sonreía al imaginar a su madre... la mirada perdida en algún lugar de su memoria – Era bajita, pero muy guapa. O al menos así la recuerdo. No tengo ninguna fotografía de ella... sabe, eminencia, casi mejor. Así mis recuerdos no se empañarán con ninguna imagen terrenal que los estropeen.
El cardenal miraba hacia delante. Ahora era él el que no movía un músculo de su cuerpo. Solo escuchaba. Ya no le acechaban las prisas. El tiempo había dejado de tener importancia.
- Tenía el pelo negro, muy largo. Se lo cepillaba todas las noches y todas las mañanas. Me gustaba de pequeño verla por una rendija de la puerta de su habitación mientras lo hacía. Mi madre trabajaba mucho. Quería que yo estudiara una carrera. Y decía que tenía que ganar todo el dinero posible. Yo la decía que no hacía falta, que... que prefería tenerla más tiempo en casa, conmigo. Pero ella me sonreía, me acariciaba la mejilla con su mano... que olía a lavanda, y me decía: “Qué sabrás tú, Amador. Tú estudia”.
- ...
- Pero un día, un 13 de diciembre... había tormenta. Nevaba como pocas veces he visto. Viento, frío... oscuridad. Porque sabe, Eminencia, todos las tragedias parece que llaman al mal tiempo. ¿O será al revés? No he visto en las escrituras nada al respecto... - dejó la pregunta en el aire - Llamaron a la puerta. ¿Le he dicho que no conocí a mi padre?
La gente se estaba agolpando en la Plaza de San Pedro para asistir a la ceremonia del comienzo del Cónclave. La megafonía se había encendido, y se podía escuchar a lo lejos, la música sacra que habían puesto para amenizar la espera.



- Yo estaba en la cama, en mi habitación, en el piso de arriba. Estaba muy cansado. Había estado casi todo el tiempo durante la tarde, intentando abrir un camino entre la nieve. Apenas escuché el ruido de la puerta, y a mi madre que la abría, me volví a quedar dormido.
Amador hizo una pequeña pausa en su relato.
- Hasta que de repente alguien abrió de golpe la puerta de la habitación. Todo fue muy rápido. Yo estaba medio dormido, intenté levantarme, pero una mano fuerte me tiró al suelo. Me di en la cabeza, y me empezó a sangrar una ceja... me revolví como pude, mi madre intentaba apartar a aquel hombre... “No, lo hagas” “No diré nada”, gritaba mi madre... “¡Vete! ¡No te necesitamos!”, seguía gritando mi madre. El hombre me dio una patada en el estómago que me hizo vomitar la cena. “Harás lo que yo diga, Rosalía”, gritaba el hombre. Se agachó y puso sus manos sobre mi cuello. Apretaba... yo... yo no podía respirar... “Harás... o lo mato”, volvió a gritar. Mi madre se lanzó sobre él, esto le obligó a soltarme, y yo pude coger un poco de aire. Pero el hombre se revolvió y la golpeó duramente. Yo me incorporé como pude... él se volvió... me pegó nuevamente, caí al suelo... se puso a horcajadas sobre mí... y apretaba... mis ojos se salían de las órbitas... parecía que me iban a explotar los glóbulos oculares... mi madre consiguió llegar a la ventana, y gritó pidiendo auxilio... “Es tu hijo, Pedro”, gritó de pronto mi madre, suplicándote... padre... te suplicaba...
Tuvo que callar durante unos instantes... el llanto le impedía seguir...
- Te suplicó... Pero tú te levantaste, y fuiste a la ventana... y la empujaste. La empujaste... padre...
Amador sacó de uno de los bolsillos de su sotana un pañuelo. Se limpió la nariz e intentó controlar sus emociones.
- Eras tú, padre. Lo supe el día que llegué al seminario. Ese pequeño tatuaje que tenías en el cuello... te delató. Ya me he fijado que te lo has hecho borrar... Si yo hubiera llegado un día más tarde, no te hubiera visto... que tierno estabas agachado, besando a esa niña en la puerta, cuando te despedías del director del seminario. Así vi ese tatuaje, el alzacuellos lo tapaba, pero al estar agachado... fue lo único que vi de ti, y por un reflejo de la luz del descansillo... se me quedó grabado... era lo único que recordaba de esa noche en que pensaste que lo mejor era que mi madre y yo desapareciéramos para no suponer un problema en tu carrera. Tan joven, y ya obispo auxiliar. Un amorío y un hijo no eran las mejores cartas de presentación. Pero mi madre no se avino a tus exigencias, padre.
Amador escuchó de repente un golpe. Sonó como un libro que caía al suelo, dentro del confesionario. Escuchó atentamente. Percibió una respiración entrecortada. Se levantó y salió. Dio la vuelta al locutorio, y abrió por delante las puertas del cubículo donde estaba sentado el cardenal. Su brazo derecho estaba rígido, y se llevaba la mano izquierda al corazón.
- He esperado 20 años para contarte esta historia, eminencia - siguió hablando Amador imperturbable - 20 años en silencio... fue un shock llegar a la habitación y unir las piezas... sabes, padre, 12 horas estuvo mi madre tirada en el suelo, sobre la nieve, con esa postura grotesca en la que quedó. Nieve roja por su sangre. Se golpeó la cabeza en el alfeizar de la ventana. 12 horas, hasta que el juez consiguió llegar al pueblo y ordenó levantar el cadáver. Rosalía se llamaba, eminencia. Mi madre.
Amador metió la mano en uno de los bolsillos interiores de la sotana. Sacó su estola, la besó sobre la cruz que llevaba en el centro, y se la puso sobre los hombros. Sacó una pequeña caja con oleo sagrado, e impregnó su dedo gordo con él. Hizo sobre la frente del cardenal una señal de la cruz. Otra a la derecha, y otra a la izquierda.
- Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad. Amén.
Dios te salve María...
El cardenal Jiménez, dejó de moverse.
- … ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
Amador se persignó.
Se guardó la estola en el bolsillo, y salió de la capilla.
Sacó su teléfono del bolsillo, y llamó a las asistencias médicas.
Pero nada se pudo hacer.

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Gary Rivera tuvo a bien darme un premio por este relato, premio que sigo agradeciendo profundamente.

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