Monday, November 19, 2012

Amor con distancia (II y final)


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La sentencia llegó. Sus ilusiones se hicieron añicos. Sus ojos empezaron a llorar. No podía ser. Se había enamorado de un chico de 16 años. Y ahora se daba cuenta de cuánto le quería. Se daba cuenta de que... le amaba. Ahora precisamente, ahora, se había dado cuenta de que... le amaba.
No fue capaz de seguir escribiendo. Porque además, ese puerto le resultaba conocido. Era el de Barcelona. Lo que quería decir además, que estaban muy lejos. Más de 600 Km. Un nombre tan castellano, y ... tan lejos.
Y lloró. Álvar se desconectó. Y él... se apartó del ordenador.
Se fue al salón y se tumbó en el sofá.
Y lloró.
Algo le apretaba el corazón. Las entrañas. La razón le decía que, esto era una locura. Pero él no podía evitarlo. Le amaba. Llevaban apenas mes y medio charlando, y parecía que se conocieran de toda la vida. Confiaban el uno en el otro. Todas las cosas que pensaban y soñaban, las sabía el otro. Sus miedos. Sus problemas con sus amigos. Con su familia. Pero nunca, nunca habían hablado de cosas como la edad, el sitio de donde eran, o cosas tan normales en otros sitios y con otras gentes, como sus características físicas.
Y es que, como se sentían tan cómodos así, ¿para qué preguntar? Ahora, Adrián se da cuenta de que quizás, los dos se imaginaban algo de eso. Y retrasaron el momento sin darse cuenta. Se imaginaban que, sus circunstancias personales les haría casi imposible el vivir algo más que una amistad profunda, pero lejana. Que eso que sentían, porque Adrián, ya en ese momento, pensaba que era correspondido, era algo que, era muy difícil que pudieran vivirlo.


Durmió allí, en el sofá del salón. Dormir era mucho decir. Hacía frío, pero no le apeteció levantarse. En realidad no tenía fuerzas. Parece que, todas las fuerzas, la ilusión, el empuje que le había dado Álvar, en estas semanas de contacto, se habían esfumado. Hasta hace unas horas estaba planeando el momento en de conocer a Álvar. Se estaba preparando para proponérselo. Pero todo se derrumbó, por una puta foto.
A las 8 no le quedó más remedio que levantarse e ir a abrir su negocio. Fue a apagar su ordenador, y encontró un mensaje de Álvar.
- Quisiera hablar contigo. Si no te importa te dejo mi teléfono, 629xxxxxx. Llámame cuando puedas. Te quiero.
El mensaje lo escribió a las 6 de la mañana. Lo que quería decir que, él tampoco había dormido. Y ahora se abría otro dilema. ¿Llamar? ¿No llamar? ¿Olvidar todo y salir del blog, del messenger, de todos los nuevos conocidos que tenía alrededor del blog?
Pero tras un día de trabajo absolutamente ineficaz, porque no podía concentrarse, tenía la cabeza en Álvar, a las 8 de la tarde, le llamó.
Y hablaron.


Horas y horas. Al final los dos acabaron enchufando el móvil al cargador y hablando así. Lloraron. Y se dijeron todas las cosas que no se habían dicho en estas semanas. Y lo que habían pensado ese día desde que descubrieron la parte de ellos que no conocían. Álvar, propuso conocerse. Y en eso, Adrián, fue en lo único que no se dejó llevar por la situación. Por el corazón. Por la congoja. Por el amor. Por la pasión.
Al final llegaron a un acuerdo. Sí cuando Álvar cumpliera los 18, seguían sintiendo lo mismo, Adrián sería el primero de buscar la forma de conocerse.
Y el tiempo pasaba. Y Adrián, cada día, estaba más seguro de una cosa. Ese chico le había robado el corazón, la cordura y cualquier signo de raciocinio. Estaba cada día más enamorado. Y eso significaba, llorar. Sufrir. Porque... amar sin poder tener al chico de sus sueños en sus brazos, no poder llorar y dejar que llore en su hombro. No andar desnudos por casa, no cocinar juntos, o comer juntos, o ducharse juntos... no podía soportarlo. Hablaban todos los días. Por teléfono, y por el messenger. Y por mail. Habían encontrado una forma de que no afectara demasiado a sus actividades. Pero eso cada día resultaba más insuficiente. Más frustrante. Querían más. Más. Querían estar juntos. Mirarse a los ojos, sin que fuera videoconferencia. Sonreírse, con sus labios a un suspiro... los unos de los otros. Juntos...
Juntos.
Juntos.
Esa era la palabra que le atormentaba. Esa era la palabra que le hacía no dormir bien.
Juntos.
La forma de conseguir estar junto a él. No ya unas horas, sino todos los días, a todas horas.
Juntos.


Todos los días lloraban los dos al despedirse. Y todos los días, los dos tardaban en dormir. La rabia era la causa. La rabia de haber encontrado a quien amar, tan lejos en todos los sentidos. En edad, en distancia. En forma de vivir. No era lo mismo un pueblo como Lerma, de unos cuantos miles de habitantes, que Barcelona, de unos cuantos millones, y con una zona de ambiente grande, y sin la necesidad casi imperiosa de vivir en la oscuridad. Pero cada día que pasaba, Adrián estaba más convencido de intentar hacer lo posible, cuando fuera posible, y si nada cambiaba, para poder cumplir su sueño. Para poder tener en sus brazos a Álvar. Pero tenía miedo a la vez. Estaba acojonado, en realidad. Pero daba igual. Mejor arrostrar los problemas que le acarrearía el lanzarse así, que la frustración y la desesperación de estos años.
Juntos.
Juntos.
¿Algún día?
Ese día tocó día pesimista. Y tras una hora más de darle vueltas a la cabeza, y de tener las manos doloridas de tenerlas apretadas de la rabia, de la frustración... lo vio todo negro.
...
...
Pero a lo mejor, mañana, o sea dentro de una hora y pico, al levantarse, lo veía de otra forma.
Juntos...
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